martes, 18 de agosto de 2015

EL PRIMER AMOR

¿Qué es estar enamorado? Es una cosa complicada entenderlo. Si en caso se los preguntara a papá o a mamá, sé que no podrán aclarármelo. Mamá diría lo de siempre, que estar enamorado es cosa de gente tonta, que un pobre sólo debería preocuparse en trabajar, tener un techo y que comer; ¿andar de enamorado y vistiendo ropa de ruiseñor?, ¡bah!, sólo los ricos. Papá añadiría, mientras despeina mis cabellos: “¿Enamorado tú, negrito?, si no te sabes limpiar bien las narices”. Recurriría a hermano Edgardo, pero casi ni nos hablábamos; siempre está fuera de casa con sus amigos y discute conmigo porque le desagrada que tome prestado su radio-casetera y sus cintas musicales. El único que me queda es Beto, él sí es mi amigo; cada vez que vamos juntos al estadio a ver al Carlos A. Mannucci, me invita a tomar un jugo o a comer helados en un café del pasaje San Agustín. Él sí cree que seré médico, si hasta me ha prestado dos baldores, con lo que a mí me gustan los libros, gasto el dinero para el autobús en ellos y no me importa tener que volver a casa a pie. Beto, después de escucharme, diría: “¡Pero, zambo, aún eres joven, ten calma; las cosas sucederán a su tiempo, espera!”. Y yo apelaría: “¿Pero… cuándo sabré si es el momento?, ¿habrá acaso una señal?”.  Él terminaría: “Zambo, el amor es como la fe; sólo cree en él y llegará”.

  • ¡Negro! ¡Negro! –me interrumpe, mamá– ¿lleva su desayuno a tu papá?
  • Sí, mamá.

Voy como soñando. Al cruzar hacia la otra acera de la avenida César Vallejo, un auto viejo por poco me arrolla. El chofer baja el vidrio de la ventana, me grita: “¡Oye, idiota, fíjate por dónde vas!”. Numerosos curiosos se vuelven para mirarme. Me siento avergonzado, pero sigo mi camino, de nuevo soñando. Desde la bocacalle, el jirón José Gálvez se ve larguísimo y tortuoso, tras una fila de autos estacionados, veo el camión de papá.

  •  Papá, su desayuno.
  •  Zambo, ¿te pasa algo?
  •  ¿A mí? Nada.

Entonces, mi padre, masticando deprisa y deglutiendo sus sándwiches de res, y tras beber un buen trago de té, se anima a hablarme de su trabajo, lo duro que ésta resulta, que el carro por aquí, que las vacas por allá; que la siembra está mal, que mira cuánto he pagado por diez bolsas de urea. Y yo muevo la cabeza, sigo pensando en Aní. Qué bien se ve con su cabello corto, le queda hermoso. Imagino abrazarla y besarla, que huelo sus mejillas.

  • Zambo, hijo, ¿te sucede algo malo?, ¿te ha castigado mamá? –se interrumpe mi padre preocupado.
  • No, papá –le calmo.

Quisiera decirle a él y a todo el mundo que estoy enamorado, que muero de amor por Aní, que no hay cómo sacarme esta flecha; tampoco quiero, me gusta soñar con ella... no importa si jamás despierto, no importa, no importa. ¡Aní, Aní!, ¿dónde estás?

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