lunes, 31 de agosto de 2015

ESTRELLA AZUL DE VISTA ALEGRE


Todavía recuerdo al maestro César Balarezo decir, en la radio: “Estrella Azul de Vista Alegre el equipo sensación, hace magia aquí en el gramado del Mansiche” y yo los imaginaba en la mejor de sus tardes. El maestro comentaba: “Miren cómo driblea Arteaga, se saca a uno a dos a tres; es un correcaminos”, refiriéndose a nuestro goleador "Peche"; “Los hermanos Andrade hacen jugarretas, son malcriados en el centro del campo, adelantan sus líneas, dan pases como si lo hicieran con las manos”, ahora se refería a los “Huayrocos”; pero como el contrincante también golpeaba, lleno de emoción gritaba, “¡Qué atajada imposible ha hecho el guardameta Modesto Paredes, tiene resortes en los pies!”. Y yo imaginaba y cerraba el puño susurrando: “¡Bravo, Mollejas!”.
Vista Alegre siempre ha sido tierra de futbolistas; en sus polvorientas calles se jugaba con pasión como si se hiciera en el mejor de los estadios y ante un rival olímpico. Todos éramos rivales cuando jugábamos los intercalles, los de Ayacucho, los de Sánchez Carrión, los de Melgar, los de Avelino Cáceres, los de la avenida Huamán, los de la veintiocho, pero cuando jugaba nuestro equipo, Estrella Azul, todos éramos uno. Los domingos íbamos a verlo a su local de la calle Melgar, primero cerca de la casa de los Lavado Vargas, después frente a la de los Lozano. Entonces éramos testigos de cómo el entrenador, pizarra en mano, le repasaba a cada jugador la táctica a seguir. Luego, abrazábamos a nuestros ídolos, augurándoles suerte en el juego y salíamos en caravana detrás de ellos; cruzábamos las calles de la urbanización Santa Edelmira, si el partido estaba programado en el campo de la JAP, en la avenida Larco; o recorríamos la avenida Tres de Octubre, si era en el campo de La Polvareda (hoy estadio Vista Alegre), en Los Manguitos.
Ya en la cancha, nuestros jugadores eran guerreros, unos espartanos legendarios, que competían por el honor y el amor a la tierra, gigantes de uniforme blanco con bordes azules y la estrella de cinco puntas sobre el corazón. Destacaban los “Huayrocos” o debo decir los hermanos Andrade, “Chanchi”, “Negro Blondy”; nuestro goleador “Peche”, Fredy Lozano, William Risco, nuestro golero Modesto Paredes “Mollejas”. La barra alentaba en todo momento, se contagiaba, vivía el partido, saludaba al árbitro con los mejores y renovados adjetivos que enriquecían nuestra lengua y dejaban boquiabiertos a los distinguidos académicos de la RAE. Cada gol del equipo provocaba una nube de polvo y grito ensordecedor: “¡Vamos, Estrella!”. Sin embargo, las cosas no siempre resultaban y en el entretiempo, el entrenador “Negro Riega” exhortaba a sus dirigidos, llamándolos respetuosamente señor y apellido seguido y corregía estrategias, aunque algunas veces, en el calor de la competencia, el jugador dejaba de lado sus indicaciones y hacia lo que la tribuna le pedía y acertaba. Entonces la barra revivía. Se abrazaban los muchachos, gritaban las muchachas. “¡Vamos, Estrella!”, decía la Empera. ¡Vamos!, repetía la Malena. Y algo más agudo la Flora. Ganaran o perdieran, por la tarde, al ocultarse el sol, se bebía caña, vino, cerveza; se tañían las guitarras.
Nuestro rivales de entonces eran los equipos: Blas F.C (con los que sosteníamos partidos interesantes, peleadísimos y de mucha emoción), La academia Morán, Alianza Vista Alegre, Racing Club, DEBA y el UBA.
En toda casa de Vista Alegre, se contaba con que cada niño creciera para continuar con la tradición futbolista y pertenecer al primer equipo. Era un honor que las madres alimentaban en sus hijos y los padres inculcaban desde muy pequeños. En lo personal, yo no seguí este camino; “no tenía madera ni pasta para ello”, como decían mis mayores. Por ejemplo, Hermano Edgardo aseguraba que yo no jugaba bien, era demasiado lento para mirar y pasar el balón, además toreaba en vez de llevar, entonces me mandaba a la banca o me culpaba de perder los partidos cuando jugábamos en la avenida Huamán.
No sabía que, en secreto, anhelaba ser portero y pararme, algún día, entre los tres palos del arco del Estrella Azul. Por eso, cuando todo mundo andaba en la escuela, y el parque de los columpios, vacío, me colgaba de los travesaños de los arcos de la cancha de fulbito, fingiendo ser un estupendo guardameta. Incluso, algunas tardes, entrenaba con César Leyva en la calle Melgar, enfrente de la casa del carismático Pochito. En la escuela, atajé un par de veces sustituyendo a la “Pulga Briones” quien me enseñó un par de buenos movimientos, como dominar mi área y atrapar el balón en los tiros de esquina. Entonces, jugábamos en un descampado ubicado entre las avenidas Larco y Dos de mayo (hoy coliseo municipal) No obstante, mi carrera de futbolista fue corta: terminó la tarde que, por patear un penal con la punta del pie, quebré un vidrio de la ventana en casa de Pochito y aunque éste no me vio, Shoga Lavado me delató.
Como nuestro Estrella Azul ha sido desde siempre uno de los más coperos, también tuvimos que seguirlo a otros distritos de Trujillo. Los que no podían, se pegaban a la radio para oír la narración del maestro César Balarezo. Yo recuerdo a ese “equipo sensación, Estrella Azul de Vista Alegre”, como él lo llamaba cada vez que saltaba al gramado del estadio Mansiche; lo hago, porque yo también estuve allí, viendo a esos gladiadores vestidos de uniforme blanco con bordes azules y la estrella de cinco puntas sobre el corazón; los vi jugar de igual a igual con otro equipo grande como es el Deportivo Sanjuanista y fui testigo de las carreras de “Peche”, las jugarretas de los hermanos Andrade, las atajadas imposibles de “Mollejas”. Perdieron por falta de físico en el alargue. Aquel fue mi último partido con ellos, después me hice hincha del Mannucci y Cristal, pero ésa es otra historia.
Después sólo iba, de tanto en tanto, por a ver tapar a mi hermano Edgardo, que a la postre salvó el orgullo familiar convirtiéndose en uno de los porteros históricos y referentes del club, junto a primo Segundo Romero “Cocoa” y a Modesto Paredes “Mollejas”, gracias a sus inolvidables atajadas que decidieron partidos.

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