Por fin, mamá Genara, al ver lo hermoso
que está mi pequeño huerto, me ha permitido tener un rosal. Se lo ha
vendido una doña que dice tener una gran huerta en la campiña de Moche.
Es una plantita hermosa que tiene el tronco en forma de ye. Es injerto,
tendrá dos tipos de flores, eso me ha dicho la señora, recomendándome
escoger un suelo blando y poca agua para él. He hecho lo que me ha dicho
y hasta le he puesto un nombre: “Negro”, se lo di por el color de su
tronco. Además, mamá Genara también me llama así, porque tengo la piel
canela; en cambio, papá Segundo prefiere decirme “Tomate”, pues afirma
que tengo la cabeza de un tomate, de uno redondo, claro.
He
puesto a Negro en el centro del huerto de lo que será mi gran jardín.
Aquí la tierra tiene algo de arena y se mantiene fresca. Creo que está
feliz, pues, le han brotando unas ramitas de color granate y ya tiene su
primer botón. Yo le hablo y le abono con esmero, cada brote nuevo es un
gran acontecimiento para mí. Lo primero que hago, al llegar a casa, es
correr hacia el jardín y decirle: “Cómo estás, Negro”. Mamá, al ver lo
hermoso y lo grande que se pone cada día, ha hecho traer otros más.
Mi
jardín es uno de mis lugares predilectos a la hora de tomar la siesta o
hacer una placida lectura. Es el mundo en miniatura. Mariposas
amarillas tocan las rosas en lo alto, en especial las de Negro, que está
más alto que yo, más que un piso. Me gusta ver cómo el viento balancea
su copa llena de rosas rojas. También cómo a su pie, canta el agua a
pleno día, sonoro naranja, tibio resplandor.
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